Desde el siglo XVI y durante más de 200 años los conquistadores europeos importaron millones de esclavos africanos para que trabajasen en las plantaciones y minas americanas.
El beneficio económico se disparaba si se disponía de mano de obra prácticamente gratis, un poco de comida y un chabolo eran suficientes. Pero esto había que justificarlo a la sociedad, salvo en la tonalidad de la piel, eran iguales a los amos blancos.
En una sociedad aún fuertemente adoctrinada por la Iglesia, se recurrió a la Biblía para que todos aceptaran esa opresión como éticamente correcta, pero también a la ciencia, donde científicos y biólogos al servicio de los terratenientes sacaban artículos sesgados que decían que los negros eran menos inteligentes, más promiscuos y sin moral, es decir, bestias salvajes que en cualquier momento se podían comer a tus hijos.
Todo esto inhabilitaba cualquier principio de culpa o empatía, hasta el punto de normalizar en la sociedad de la época que los blancos, principalmente los ricos, eran los únicos merecedores de poder desarrollar en libertad sus intereses.
Nacieron o se afianzaron decenas de expresiones discriminatorias que todavía existen actualmente, «trabajar como un negro», «noche negra», «vérselas negras», etc. Los padres o en la escuela educaban a sus hijos con historias de «negros malignos» que habían cometido actos crueles, se inventaban relatos de tribus que se comían a sus hijos o rituales demoniacos. Así generación tras generación la discriminación continuaba y el sufrimiento y dolor de los esclavos se acrecentaba.
Es cierto que no todos los esclavos eran tratados igual, algunos amos «bienestaristas» los trataban mejor; apenas los azotaban, les dejaban vivir con sus familias, no violaban a las mujeres y hasta a alguno se le permitía leer. Todo esto mientras el esclavo fuera bueno y no se sublevara y trabajase de sol a sol.
También era común deshacerse de los que ya no servían para el duro trabajo, los accidentes se sucedían, extremidades amputadas, enfermedades crónicas. En el momento que el médico los declaraba inservibles, eran sacrificados, con humanidad decían.
No podemos decir que las personas que componían esta sociedad eran «malas», simplemente se dejaban llevar por la indiferencia hacia el esclavo avalada por la educación que recibían.
La esclavitud humana aún hoy existe, pero al menos la mayor parte de la sociedad la rechaza, al menos en teoría y aunque no haga nada para evitarlo. Desgraciadamente existen otro tipo de opresiones y esclavos, los animales no humanos.
Los usamos a nuestra conveniencia, lucrándonos con su esfuerzo o su vida. Nos educan para aceptar esto como normal, ya sea desde la cultura, la salud, la religión o la ciencia. Ni en la escuela ni la tv nos cuentan la crueldad y la ilógica de la relación de amo y esclavo, sus vidas nos dicen que no valen, que los animales humanos somos mejores, aunque el razonamiento no lo justifique los animales no humanos solo son cosas.
El futuro juzgará nuestros actos de hoy, esos que a priori no nos convierten en malas personas, pero provocan el sufrimiento y el asesinato de miles de millones de animales anualmente.
Lo duro de aceptar para los que hemos ensanchado nuestra visión del mundo, es que salvo para unos pocos que dependen económicamente de los esclavos, como dependían los terratenientes de America, empujar a la sociedad a que cambie es tan sencillo como dejar de participar, de ser cómplice y abstenerse de consumir productos que provengan del esfuerzo y la vida de los animales no humanos.
Sergio Marqués