No podemos rendirnos
Te lo voy a contar,
como se cuenta un cuento.
Era el invierno,
de dos mil veinte.
Un día cualquiera
en el mes de diciembre,
una mujer cualquiera
paseaba un bebé.
Pasó en Extremadura,
en el invierno,
pero en cualquier otro lugar
puede pasar también.
Una madre rural,
se aleja de las calles,
fuera del pueblo
que sestea,
en una tarde fría,
iluminada de sol.
Pasa junto a un barranco
y vislumbra en el fondo
un bulto,
apenas perceptible.
Un cuerpo canido
yace
abandonado.
La mujer deja el carro,
donde su hijo duerme,
y baja
resbalando,
la pendiente.
Un galgo yace inerte,
con una cuerda
aferrada fuertemente,
a su delgado cuello.
La mujer
valerosa
se acerca
al cuerpo
que aún está caliente.
Y unos ojos
se abren,
clamando
por su vida.
Un galgo.
Una galga.
que quisieron matar.
Una madre rural.
Una tarde cualquiera
Ha salvado su vida
salvando la de un galgo.
Y trae la esperanza
de un mundo que
al fin
empieza
a abrir los ojos
a la ternura.
La ternura
es el arma
que reclama
respeto
para todas las vidas.
No podemos rendirnos.
Todo lo damos
por salvar la Belleza;
nos agota el camino
que creemos cercado de silencio y soledad,
cuando pensamos
en quienes antes,
murieron por ternura,
sufriendo por la Verdad.
Pero…
no podemos rendirnos.
Ya lo dijo la poeta
La Belleza y la Verdad
son hermanas.
Y así, nuestras voces
se van multiplicando.
Se abren paso
y anuncian
que frente al mal del mundo,
no podemos rendirnos.
No podemos rendirnos,
y por eso
venceremos.
Al mal que hay en el mundo,
lo miramos de frente.
Y se nos desgarra el corazón.
Y sentimos el dolor,
sentimos el miedo,
sentimos la angustia,
sentimos el desamor,
sentimos el frío
de la muerte.
Esa es nuestra carga.
Cada vez que lo vemos
el dolor, como un rayo
nos desgarra por dentro.
Y nos reafirmamos.
No podemos rendirnos
La compasión es
nuestra arma,
es nuestra fortaleza.
No podemos rendirnos
Y no nos rendiremos.
Carmen Ibarlucea