Un año más, y ya van nueve, salimos a las calles en el primer domingo de febrero. Ni siquiera la fecha es casual. Coincide con el fin de la temporada de caza con galgo, la más cruel de todas las modalidades cinegéticas, que une la muerte de los animales transformados en presas con el tormento perpetuo de los que se usan como meros utensilios. Los primeros son convertidos en trofeos; los segundos, heridos, abandonados, humillados y eliminados en el peor de los supuestos. Entre los unos y los otros, millones de víctimas, por el capricho cruel de unos pocos humanos. En nada ha cambiado nuestro objetivo original: solicitar el fin de una actividad, la caza, que tiene por meta el maltrato de los seres vivos.

Tampoco ha variado nuestro deseo de rendir, en este día, un tributo especial a los perros empleados en esas prácticas. Desde el principio, los tomamos por nuestro símbolo, conscientes de la particular indefensión derivada de un supuesto derecho de propiedad sobre ellos.

No andan los tiempos para dispersar esfuerzos. No por nosotros, sino por ellos, por los millones de animales que cada año perecen, víctimas de la barbarie. No es decente hacerlo en un Estado donde el lobby cinegético impone su negocio o donde la tercera fuerza parlamentaria pretende implantar la caza o la tauromaquia como asignaturas de curso en los colegios, y se empeña en perseguir todo aquello que discuta la supremacía del hombre blanco occidental, entendiéndose el sustantivo en su doble significado de género y especie. En la historia, sobran ejemplos de quienes, por obsesionarse en perseguir lo perfecto, se quedaron impunemente en la inacción o en actos de eficacia limitada a poco más que la propia complacencia.

No será este último nuestro caso. A los militantes de la paz, de la concordia y del amor os pedimos que no nos divida la política, ni los egos, ni las legítimas diferencias de criterio, y que hagamos una de nuestras causas, para construir entre todos y todas un mundo más amable, y para exigir, como parte de ese proceso, el fin de la caza a quienes tienen la responsabilidad de legislar. Desde cualquier perspectiva, en este principio de milenio, carecen de excusa actividades humanas con fondos y formas del Medievo.

Frente a quienes, con falsedad, esconden su interés económico y lo visten de tradición, deporte, cultura y hasta de defensa del medioambiente; nosotros preferimos llamar a las cosas por su nombre. La caza es negocio, muerte, sangre, tortura, machismo, deterioro de la naturaleza, atentado contra la vida salvaje, símbolo del abandono del medio rural, el peor de los clasismos, ruidos de disparos criminales donde antes dominaba el silencio… 

Nos sobran razones para pedir que os posicionéis con nosotros y gritéis ante todo aquel o toda aquella que quiera escuchar:

NO A LA CAZA CON GALGOS 
NO A LA CAZA CON PERROS 
NO A LA CAZA